La actividad física induce a un estado particular de libertad que supone enormes beneficios para el ser humano.

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El deporte como terapia no sólo sirve para envejecer más lentamente, sino para tener la mente más despierta.
Su impacto sobre la mente es magnífico. Es sedante, ansiolítico, antidepresivo. Profundiza el sueño, y mejora el insomnio. Y centra tanto como para vencer el delirio.
Los ejercicios -sobre todo los de largo aliento- inducen a un estado mental particular, donde se profundiza el silencio interno o donde los pensamientos quedan atrapados en lo repetitivo, o desaparecen. Y en esos baches nos conectamos con la "oficina central" y hablamos con nuestro ser superior... Aparecen insinuaciones, soluciones, revelaciones... Iluminaciones. "Insights", lo llamaron los estadounidenses, para describir ese irse para adentro y ver... Es un estado de euforia, de elación, de libertad, de despegarnos lentamente del miedo, de nuestro cazador y de ser cazado, de nuestro instinto básico de supervivencia.
En movimiento la amenaza desaparece. Y en un recodo del sendero aparece que todo tiene sentido. Un gran entendimiento. Paz y verdad. Un toque del espíritu lo llaman los médicos "chamanes" yaquis, como Don Juan, en los libros de Carlos Castaneda.
El cerebro más irrigado del deportista resplandece y refleja mejor. Despierta y se mantiene (y nos mantiene) despiertos. Aumenta nuestro estado de alerta, vemos, sentimos y oímos mejor. Percibimos más nuestro cuerpo, nuestra somatoestesia. Me encanta cómo suena el término: somato-estesia. Somato, cuerpo; estesia, sensación. Sensación de cuerpo... Y se siente mejor.
En la fase 4
Las empresas, las organizaciones humanas, deben saber que el ejercicio es una potente herramienta para aumentar el rendimiento humano.
Esto último corre especialmente para los metropolitanos de comienzos del siglo XXI, que viven en la fase 4 de la reacción de estrés: la de agotamiento.
Hans Selye, un biólogo danés, acuñó el término estrés a mediados del siglo pasado. Un cambio en el medio ambiente que nos exige una adaptación para sobrevivir.
Así ocurre con la falta de oxígeno cuando subimos una alta montaña. La primera fase es de adaptación aguda. Late más el corazón y respiramos más para captar y transportar más oxígeno, porque hay menos. En una segunda fase a mediano plazo desarrollamos más glóbulos rojos para transportar más oxígeno. En una tercera etapa de largo plazo crece nuestro corazón del lado derecho para mejorar la circulación pulmonar.
Pero hay un peligro: no adaptarnos. Es como vivir a ocho mil metros: no podemos mucho tiempo. El estímulo es excesivo y se agota nuestra energía de adaptación. Entramos a la fase 4 de la reacción de estrés. De agotamiento, que lleva a la enfermedad. Y a la muerte.
La mayor parte de las dolencias de los hombres y mujeres de las grandes ciudades vienen de estar en la fase 4 de la reacción de estrés. El antídoto para ese cansancio de la mente y el cuerpo, del dolor de cabeza, de la impotencia, del mal genio, del bajón, es el ejercicio.
Iluminación
El ejercicio físico es uno de los mejores, más sanos y potentes expansores de la conciencia.

Fuente El Mercurio Dr Mauricio Purto

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